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lunes, 1 de febrero de 2016

La Santidad

“Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida son llamados a la plenitud de vida cristiana y a la perfección de la caridad”. Todos son llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, (Mt. 5,48).

La santidad es la vocación de cada hombre y mujer y el fin de toda su actividad. El en principio fuimos creados en santidad, pero por desobediencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva; se perdió es estado de gracia.

Dios no nos llamó a vivir en la impureza sino en santidad que es un estado de gracia. Siendo entonces la gracia el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamado, es pues el llamado a caminar en santidad, a la vez debemos crecer en caridad expresándola con nuestro testimonio de vida.

Entonces siendo conscientes de que sin el estado de santidad nadie podrá contemplar a Dios, debemos encaminarnos por el estado de gracia, perfeccionando  nuestro modo de vivir a través de la caridad, que es sinónimo de misericordia. En consecuencia los jóvenes estamos llamados a ser protagonistas en este año de la misericordia, tal como nos lo diría el Santo padre en su carta dirigida a nosotros.

Siendo este año de jubileo, siendo así cada momento una oportunidad para santificarnos, usando como mediadora la caridad y misericordia para con el otro; de esta forma creceremos en misericordia. Citando la carta de su Santidad el Papa Francisco: “Crecer misericordioso significa aprender a ser valiente en el amor concreto y desinteresado, comporta hacerse mayores tanto física como interiormente. Os estáis preparando para ser cristianos capaces de tomar decisiones y gestos valientes, capaces de construir todos los días, incluso en las pequeñas cosas, un mundo de paz”.

Por último, el llamado a la santidad es ante todo un caminar contra corriente, contra el que dirán y los prejuicios humanos, que muchas veces nos hacen “cobardes”; más no debemos olvidar que Cristo esta siempre ahí para nosotros aun cuando pareciera que en la arena se ven tan solo dos huellas y no cuatro.


Sin embargo en esos momentos debemos darnos cuenta que es una pelea de dos y que Cristo nos lleva en sus brazos, mientras sana nuestras heridas. Es entonces un deber el no olvidarnos de Él y seguirle por convicción, e imitarle en santidad, todo a sabiendas que jamás nos abandonara. 

Fuentes:
Catecismo de la Iglesia Católica, 2012, 1196.
Compendio, 428.
Gen. 3,5; Mat, 5,48.
Mensaje del Papa para el Jubileo de los Adolescentes en el Año de la Misericordia