La Santidad
“Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida son
llamados a la plenitud de vida cristiana y a la perfección de la caridad”.
Todos son llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial
es perfecto”, (Mt. 5,48).
La santidad es la vocación de cada hombre y mujer y el fin
de toda su actividad. El en principio fuimos creados en santidad, pero por
desobediencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva; se perdió es estado de
gracia.
Dios no nos llamó a vivir en la impureza sino en santidad
que es un estado de gracia. Siendo entonces la gracia el favor, el auxilio
gratuito que Dios nos da para responder a su llamado, es pues el llamado a
caminar en santidad, a la vez debemos crecer en caridad expresándola con
nuestro testimonio de vida.
Entonces siendo conscientes de que sin el estado de santidad
nadie podrá contemplar a Dios, debemos encaminarnos por el estado de gracia,
perfeccionando nuestro modo de vivir a través
de la caridad, que es sinónimo de misericordia. En consecuencia los jóvenes estamos
llamados a ser protagonistas en este año de la misericordia, tal como nos lo
diría el Santo padre en su carta dirigida a nosotros.
Siendo este año de jubileo, siendo así cada momento una
oportunidad para santificarnos, usando como mediadora la caridad y misericordia
para con el otro; de esta forma creceremos en misericordia. Citando la carta de
su Santidad el Papa Francisco: “Crecer
misericordioso significa aprender a ser valiente en el amor concreto y
desinteresado, comporta hacerse mayores tanto física como interiormente. Os
estáis preparando para ser cristianos capaces de tomar decisiones y gestos
valientes, capaces de construir todos los días, incluso en las pequeñas cosas,
un mundo de paz”.
Por último, el
llamado a la santidad es ante todo un caminar contra corriente, contra el que dirán
y los prejuicios humanos, que muchas veces nos hacen “cobardes”; más no debemos
olvidar que Cristo esta siempre ahí para nosotros aun cuando pareciera que en
la arena se ven tan solo dos huellas y no cuatro.
Sin embargo en
esos momentos debemos darnos cuenta que es una pelea de dos y que Cristo nos
lleva en sus brazos, mientras sana nuestras heridas. Es entonces un deber el no
olvidarnos de Él y seguirle por convicción, e imitarle en santidad, todo a
sabiendas que jamás nos abandonara.
Fuentes:
Catecismo de la
Iglesia Católica, 2012, 1196.
Compendio, 428.
Gen. 3,5; Mat, 5,48.
Mensaje del Papa para el Jubileo de los Adolescentes
en el Año de la Misericordia